Hace unos años decidí que había llegado el momento de parar, mirar atrás y preguntarme hacia dónde quería ir. Tenía experiencia, sí, pero la sensación era clara: estaba atascado en una especie de bucle profesional. Sabía mucho de mi área, pero cada vez que levantaba la cabeza veía un techo demasiado bajo. Fue entonces cuando me planteé algo que, hasta ese momento, me parecía un cliché corporativo: cursar un MBA.
No voy a engañar a nadie: me dio vértigo. ¿Realmente valía la pena dedicar tantas horas a estudiar cuando ya tenía un trabajo estable? ¿No era “demasiado tarde” para volver al aula? ¿Y si al final solo servía para engordar el CV sin un cambio real?
Hoy, después de haberlo vivido en primera persona, puedo decir que un MBA no es un título más. Es un antes y un después.
Aprender a mirar el negocio completo
Hasta entonces, mi visión del trabajo era parcial. Yo dominaba mi parcela: sabía de mi especialidad, de mi área técnica. Pero cuando se hablaba de finanzas, estrategia o liderazgo, confieso que me quedaba en silencio. En el MBA me obligaron a salir de esa zona de confort: de repente estaba analizando balances, diseñando planes de marketing, discutiendo sobre innovación o resolviendo casos de recursos humanos.
Lo sorprendente fue descubrir que esas piezas encajaban. Entendí cómo cada decisión técnica impacta en el conjunto de la empresa. Y eso, para cualquiera que quiera crecer, es oro puro.
Del “yo hago” al “yo decido”
El MBA fue, en realidad, un entrenamiento en liderazgo. Aprendí a comunicarme mejor, a escuchar, a negociar, a convencer. Ya no se trataba solo de “hacer bien mi trabajo”, sino de tener la capacidad de influir en otros, de mover equipos y de tomar decisiones con impacto.
Fue duro, porque te ponen frente al espejo: descubres tus limitaciones, tus inseguridades y también tu potencial. Pero cuando terminas, no solo sabes más: eres otra persona profesionalmente.
Una red que va más allá de LinkedIn
Quizá lo más inesperado fue la red de compañeros que me llevé. En el aula coincidimos perfiles de todo tipo: técnicos, managers, gente con años de experiencia, recién licenciados de disciplinas tan distintas como derecho, ingeniería o humanidades. Y todos con un mismo objetivo: dar un salto en su carrera.
Lo que empezó siendo un grupo de estudio acabó convirtiéndose en un círculo de confianza, apoyo y networking real. Personas con las que hoy sigo compartiendo proyectos, ideas y oportunidades.
El tiempo, el miedo y la inversión
No quiero pintar todo de color de rosa: un MBA exige sacrificios. Horas de estudio después del trabajo, fines de semana ocupados, algún que otro momento de duda. Y, por supuesto, una inversión económica que, al principio, impresiona.
Pero lo que entendí es que no se trata de un gasto, sino de una apuesta por ti mismo. Porque lo que aprendes, lo que creces y las puertas que se abren después superan con creces cualquier número en la hoja de Excel.
¿Quién debería plantearse estudiar un MBA?
No creo que un MBA sea para todo el mundo, pero sí para más gente de la que se lo imagina:
- Profesionales con experiencia que sienten que su carrera se ha quedado corta y necesitan actualizarse (reskilling).
- Managers intermedios que aspiran a sentarse en la mesa de dirección y tomar decisiones estratégicas.
- Graduados de disciplinas no relacionadas con los negocios —medicina, derecho, ingeniería, humanidades— que de repente se ven gestionando equipos o presupuestos sin formación previa.
- Técnicos brillantes que saben que el siguiente paso no es ser mejores en lo suyo, sino aprender a liderar a otros.
Y una enseñanza final
Si tuviera que resumir todo en un párrafo sería este:
Un MBA no te da respuestas, te enseña a hacer mejores preguntas. Te obliga a pensar distinto, a ver el bosque y no solo el árbol, a asumir que la incertidumbre forma parte del juego y que lo importante no es tener todas las soluciones, sino la mentalidad para buscarlas.
Y eso, créeme, cambia una carrera.
Comentarios